‘Poposteando ando’, la colectiva mexicana que retoma la economía circular de la tierra
Los suelos mexicanos sufren la creciente degradación por actividades productivas como la agricultura; de ahí que la visión de ‘Poposteando ando’ contribuye a disminuir la erosión de los suelos
La erosión y la infertilidad son los principales retos frente a la necesidad de garantizar la seguridad alimentaria en la región y de gestionar correctamente el uso del agua ante la crisis hídrica global.
Según información del programa internacional ‘Doctor de los Suelos’ y del periodista Antimio Cruz, el 64% de los suelos mexicanos agrícolas y silvestres están degradados. Ello representa la pérdida de suelo fértil para la producción de alimentos y vegetales; en consecuencia, incrementa la inseguridad alimentaria y la captura de dióxido de carbono ya no sucede, así como tampoco la liberación de oxígeno.
Y esto sin considerar la reciente ola de incendios a lo largo del país. Tan sólo al término de marzo, la Comisión Nacional Forestal (Conafor) registró 126 incendios forestales activos en México, con una afectación a 8,669 hectáreas en 19 estados, principalmente en el Estado de México.
En ese panorama, para Astrid Chavarría, cofundadora de “Poposteando ando”, una de las soluciones es compostar las heces humanas. De esta manera, “se crea tierra fértil para que el 90% de México que está erosionado pueda irse sanando con el paso del tiempo”. En criterios monetarios genera muchas ganancias con el abono para la producción de hortalizas, alimentos, frutas, verduras, lo que sea.
La colectiva de sensibilización socio medioambiental se dedica al cuidado del agua y de la tierra a partir del compostaje de las heces humanas y de la promoción de los baños secos.
Astrid y su compañera Eugenia, recolectan las heces y la orina; luego la combinan con hojarasca y tierra. Después comienza un proceso de compostaje donde se hace un balance entre diferentes elementos adicionales a los mencionados, el aire y el agua, al paso del tiempo se crea tierra pura fértil. “Tierra que nos ayuda a crear abono para fertilizar nuestras plantas, nuestros árboles y para darle más vida a la vida”, explica.
Ese balance de elementos imita un bosque. Por ejemplo, la hojarasca de un bosque sano se empieza a transformar en tierra; eso crea fertilidad y las circunstancias adecuadas para hacer que la vida siga creciendo. “Entonces el compostaje que nosotras hacemos imita esos patrones de la naturaleza, pero en condiciones adecuadas dentro de una azotea, un balcón o una zotehuela en el contexto citadino”, señala Astrid.
Tlazoltéotl, la visión ancestral de cómo los desechos orgánicos retornaban a su lugar origen
Para los antiguos aztecas, Tlazoltéotl era la diosa de la pasión y la lujuria, la “comedora de cosas sucias”, pues quienes cometían “los pecados del adulterio” se limpiaban ante esta deidad que recibía la suciedad. Los primeros frailes franciscanos la describieron como una diosa del amor desenfrenado, de las parejas infieles y de la basura.
Entre los nahuas, era llamada Tlaelcuani, “comedora de inmundicias”. Bajo este nombre, era la encargada de devorar la suciedad y fecundar la tierra. Por ello, era considerada la diosa del abono o los fertilizantes naturales que se añaden a la tierra para volverla más fértil.
Cuenta Astrid que “Tlazoltéotl para nuestros ancestros estaba relacionada a la vida, a la muerte, a la fertilidad, a la sexualidad y al abono. En lo cotidiano no utilizaban el agua como una transportadora de heces ni de orina, sino simplemente sabían el valor de lo que salía de sus cuerpos al momento de consumir los alimentos. Conocían que era algo que tenía que retornar al mismo espacio del que salió”.
En Xochimilco, los nahuas hicieron su propia composta, regresaban esos nutrientes que salieron de las mismas chinampas y comenzaban el proceso de compostaje para volverlo a integrar a la tierra. Cuenta Astrid que la llegada del drenaje fue un cambio brutal que exterminó esta actividad.
“Mi abuela me contaba cómo solamente juntaban las hojas, llovía y cuando menos veían ya era pura tierra. Entonces esos saberes están en nuestro ADN y lo que necesitamos hacer es recuperarlos. Pues hacer poposta es decir: ‘Bien podría utilizar agua, pero mi sentido común me dice que eso no va ahí’”.
En la cosmovisión azteca, todo esto tiene mucho sentido, ya que el papel de Tlazoltéotl era limpiar las inmundicias de la gente, en vista de que éstas eran tlazolli, en otras palabras, basura. Palabra que se refería a algo que ha perdido su orden o estructura, que a su vez altera el orden y, por consiguiente, genera enfermedad, así lo explica Angélica Baena Ramírez, doctora en Estudios Mesoamericanos en la UNAM.
Para Tlazoltéotl, la inmundicia era su dominio y alentaba el comportamiento inmoral al mismo tiempo que ayudaba a “purificarlo”. En una circularidad infinita propia de la naturaleza.
Cacofobia, el principal desafío
Sin embargo, es impensable para la mente humana que las heces sean utilizadas para generar tierra fértil o que tan sólo sean manipuladas por otras manos humanas. Ese terror a ello deviene de diversas causas, entre ellas, que históricamente diferentes especies han enterrado sus heces: ejemplo de ello son los gatos; aunque los humanos no las entierran, sí las ocultan.
De acuerdo con Astrid, su colectiva entiende la cacofobia “como el miedo hacia nuestros propios residuos humanos”. Se trata del miedo y el rechazo de aquello que sale de nuestro propio cuerpo, “no nos pensamos en el mismo lugar que las heces”. Eso conlleva un significado más profundo, “no solamente es una cuestión de las heces sino incluso de nuestros propios pensamientos; de nuestras sombras; de nuestros fluidos, por ejemplo. Hay tantas cosas que se pueden envolver dentro de la cacofobia que no nos permite trabajar con el interior de nuestro ser”.
En ese tenor, la poposta es un proceso de transformación que comienza desde lo que comemos hasta lo que excretamos. Actualmente hay muchas personas que tienen problemas de salud; por lo tanto les da asco hablar un poco de las sombras. Las sombras son aquellas cosas que no queremos afrontar de nosotros y nosotras mismas.
De esa manera, al momento de que vemos nuestras excretas e interactuamos con ellas, estamos viendo qué es lo que hay dentro de nosotras. Simbólicamente, el significado depende de cada quien. Incluso, añade Astrid, el proceso de la composta pasa en la oscuridad, no necesita luz, ni un contacto directo con el sol, sino que necesita que suceda en el interior.
Por ello es muy importante la educación; sin embargo, a “la gente no le gusta que le digan lo que no está haciendo bien”. Desde infantes nos enseñaron que lo correcto era “bajarle” al baño cada vez que hiciéramos pipi o popo. Por lo que es relevante enseñarle a la niñez a relacionarse de mejor forma con su cuerpo para no seguir fortaleciendo ese sistema que no funciona.
¡La Tierra necesita que afrontemos la cacofobia!
Pues una persona puede producir casi cuatro toneladas de excrementos a lo largo de su vida y la humanidad en su conjunto genera alrededor de 300 millones de toneladas de heces cada año. Esto es sorprendente porque contribuye a contaminar 16 litros de agua aproximadamente por cada descarga del inodoro; y se realizan cerca de siete descargas al día. Esto equivale a 112 litros por persona, es decir, 40 mil 880 litros al año por persona. Todo ese líquido vital se tira al drenaje, donde se convertirá en aguas negras.
Si actualmente México cuenta con una población de 126,705,138 personas, según el censo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), ¡se están desperdiciando en promedio 1,829,227,707 toneladas de agua cada año!
Según un informe elaborado por el Instituto del Agua, el Medio Ambiente y la Salud de la Universidad de las Naciones Unidas (INWEH, por sus siglas en inglés), toda la materia fecal humana tiene un potencial energético suficiente como para generar electricidad en 138 millones de hogares.
Se precisan más soluciones
Para Astrid, los sistemas de gestión de agua no son adecuados, tampoco el de la agricultura. “Es una cultura muy agresiva, tanto para la tierra como para todos los seres vivos; y lo que hace la poposta es generar abono de una manera simple, sencilla y segura. Si aplicamos este abono al 90% de erosión que tienen actualmente los suelos de México, bajaría el porcentaje y ayudaría muchísimo a la renovación de los bosques, las selvas y de cualquier ecosistema. Tiene esa capacidad de expandirlo y de cuidarlo”.
Aunque el popostaje es una solución no es la única necesaria, explica Astrid. Se precisan más acciones, por ejemplo, que deje de existir la industria refresquera, la cervecera, la de construcción… Son tantas industrias que están matando la tierra, generando ecocidios, que la poposta no cubre todo para revertir ese porcentaje.
El trabajo que sigue para “Poposteando ando” es promover este tema, sensibilizar con datos duros, así como seguir creando redes de apoyo mutuo; ya que “mientras más se siga hablando de este tema más se va a normalizar que hablemos de las heces”, concluyó.
Mira la versión en la Revista Digital⇒
TE PUEDE INTERESAR ♦ Urge comunidad de Selva de los Chimalapas recursos para combatir incendios