viernes, noviembre 21

Por Bertha Martínez Cisneros

Investigadora en Cadenas de Suministros Sostenibles, Logística Inversa, Comercio Transfronterizo y Economía Circular de CETYS Universidad

Bajo el sol de octubre, cuando el aire huele a tierra húmeda y a memoria, millones de flores comienzan su viaje silencioso hacia los altares del país. Desde el corte en los campos hasta su venta en los mercados, cada flor sigue un trayecto donde producción, transporte y comercialización se entrelazan. Pero en esa ruta, el valor se dispersa: el productor gana poco, el intermediario mucho y el consumidor paga más.

Esa desigualdad no es casualidad. El cempasúchil tiene una vida útil corta y un periodo de venta concentrado en apenas unas semanas, lo que obliga a los productores a depender de intermediarios que compran en volumen y revenden con amplios márgenes. Las deficiencias en infraestructura, almacenamiento y transporte encarecen aún más el proceso. Así, la flor que nació entre surcos de tierra fértil termina atrapada en una cadena donde el trabajo del campo vale menos que la logística del mercado.

La paradoja del cempasúchil: abundancia sin ganancia

Mientras en las ciudades la flor adorna altares y calles como emblema de identidad, en el campo la realidad es menos colorida. En Puebla, Oaxaca y Michoacán, los productores enfrentan una temporada marcada por lluvias irregulares, suelos saturados y altos costos de operación. Las cosechas se retrasaron, algunos cultivos se perdieron por exceso de humedad y los precios de la gasolina y las semillas siguen en aumento.

Cada flor que llega al mercado implica un esfuerzo mayor para quienes la cultivan, especialmente en estados como Puebla, que sigue concentrando más del 70% de la producción nacional. Allí, el liderazgo productivo convive con una paradoja: se produce más que nunca, pero el ingreso del productor se diluye entre gastos, riesgos climáticos y un mercado poco equitativo.

En Xochimilco y Tláhuac, se presume un récord histórico de 6.3 millones de plantas, una cifra impresionante que sin embargo plantea una pregunta incómoda: ¿quién gana con ese récord? porque si la venta directa no despega y los canales de distribución siguen concentrados, las flores seguirán saliendo de los invernaderos a precios bajos, mientras en los mercados se pagan tres o cuatro veces más.

El precio final del cempasúchil puede multiplicarse hasta cinco veces desde que sale del campo. En Atlixco, por ejemplo, una maceta puede venderse a 18 pesos; en los mercados urbanos llega a costar 80 o 100. ¿Por qué? Porque hay un exceso de intermediarios que inflan los precios, sin aportar valor real al proceso.

Y mientras tanto, el productor, el verdadero guardián de la tradición, apenas recupera su inversión. Muchos no pueden financiar semillas mejoradas o sistemas de riego más eficientes. Otros ni siquiera recuperan los costos del flete.

Bertha Martínez Cisneros, investigadora en Cadenas de Suministros Sostenibles, Logística Inversa, Comercio Transfronterizo y Economía Circular de CETYS Universidad

El desafío logístico detrás del color

El cempasúchil es un ejemplo perfecto de cómo la logística puede o no jugar a favor del productor. La flor se corta en ventanas de tiempo muy cortas, requiere condiciones de transporte específicas, y su vida útil apenas alcanza unos días. Una planeación ineficiente o un cuello de botella en la distribución puede significar que miles de flores se pierdan antes de llegar al altar.

La buena noticia es que ya hay esfuerzos por cambiar esto. En varios estados, los productores están creando rutas de venta directa a través de ferias locales, festivales y mercados que eliminan intermediarios. El Festival del Cempasúchil en CDMX, por ejemplo, reúne a más de 70 productores de Tláhuac y Xochimilco que venden directamente al público. No es un detalle menor: cada peso que no pasa por un revendedor es un peso que vuelve a la tierra y a la comunidad.

Pero hace falta más que voluntad. La logística del cempasúchil necesita profesionalización: alianzas con transportistas locales, infraestructura con control de temperaturas, empaques biodegradables, plataformas de trazabilidad y financiamiento. El potencial de esta cadena no está solo en su belleza, sino en su capacidad para organizarse, integrarse y ser sustentable.

Más allá del simbolismo, el cempasúchil sostiene empleos, comunidades y territorios. En zonas rurales, su cultivo evita que el suelo agrícola se urbanice y que los jóvenes abandonen el campo. Es también un motor de desarrollo regional: lo que comienza en la tierra vuelve a ella en forma de ingresos, actividad turística y vínculos culturales que fortalecen la identidad local. Hablar del cempasúchil es hablar de un modelo de producción sostenible que, si se apoya adecuadamente, puede generar prosperidad sin romper con la tradición.

Algunos estados ya comienzan a materializar este enfoque. En municipios como San Antonino Castillo Velasco, en Oaxaca, la flor se convierte en atracción: el campo iluminado de cempasúchil combina venta directa, gastronomía local y turismo cultural. Allí, la cadena de valor se extiende: no solo se vende una flor, se vende una experiencia. Lo que demuestra que la sostenibilidad también puede ser rentable cuando la tradición se gestiona con visión de futuro.

Tres acciones que pueden darle nuevo valor al cempasúchil

El futuro del cempasúchil no depende solo de políticas o mercados, sino de las decisiones que tomamos cada octubre. Cada flor que compramos, cada productor al que elegimos apoyar y cada historia que compartimos puede hacer la diferencia. Revalorar esta flor significa reconocer su recorrido completo y asumir que todos, de algún modo, formamos parte de esa cadena.

  1. Comprar con propósito. Cada flor cuenta una historia: de manos que siembran, riegan y transportan. Elegir comprar directamente a productores o en ferias locales no solo mantiene viva una tradición, también impulsa economías rurales.
  2. Reconocer el trabajo detrás de la flor. La belleza del cempasúchil no está solo en su color, sino en el esfuerzo de quienes lo cultivan y lo hacen llegar a los mercados. Darle valor significa entender la que hay detrás y pagar un precio justo por ese trabajo
  3. Más que la flor, la experiencia. Acercar al productor con el consumidor transforma toda la cadena. Visitar campos, participar en festivales o compartir historias de quienes cultivan el cempasúchil son formas sencillas de crear una comunidad más informada y solidaria. Cuando el consumidor conoce a quien produce, la flor deja de ser mercancía: se convierte en vínculo.

Cada vez más productores buscan rutas de venta directa, cooperativas de distribución y ferias locales que reduzcan intermediarios. Con apoyo logístico, financiamiento y capacitación, el cempasúchil puede convertirse no solo en símbolo de tradición, sino también en ejemplo de comercio justo y desarrollo regional. Detrás de su color está la oportunidad de construir una cadena más corta, más justa y más humana.

El cempasúchil no es solo una flor; es una lección de economía regional y orgullo nacional. Cada tallo que llega a una ofrenda es el resultado de manos que trabajan, madrugan y apuestan por un futuro mejor. Si queremos que el camino de pétalos siga marcando la ruta entre la vida y la memoria, debemos empezar por cuidar su origen: el campo mexicano.

LEE TAMBIÉN: México lidera con 4 startups en GreenTech Latam 2025

Compartir.
Exit mobile version