Este es un texto de Carlos Mackinlay G.,
Director General de Servicios Metropolitanos del Gobierno de la Ciudad de México
Tenía yo 26 años el día en que me sorprendió el sismo del 19 de septiembre de 1985, y me encontraba a punto de salir de mi domicilio, en ese entonces en la Colonia San Pedro de los Pinos. Enseguida, Cecilia (mi primera esposa) y yo, revisamos los muros de la vivienda y las instalaciones de gas y como no había ningún daño aparente, salí a mi trabajo como todos los días lo hacía.
Tomé un camión y bajé en Tacubaya donde subí a un pesero (de la Línea 4) que me llevó al Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), en el km. 16.5 de la Carretera México – Toluca, pasando por lo que eran las bellas instalaciones de CONAFRUT, que por cierto ya no existen.
Fue llegando al trabajo que mis colegas y yo nos dimos cuenta de la magnitud del sismo, escuchando nerviosos la radio y viendo en un aparato televisor las imágenes caóticas resultantes del evento.
Enseguida nos dimos a la tarea de organizar una brigada de rescate. Solicitamos autorización al Dr. Pedro Vuskovic, Director del Instituto de Estudios Económicos (y que fuera años atrás, ni más ni menos, que Ministro de Economía en el Gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende, en Chile), para emprender estas labores. Claro que “Don Pedro” nos dijo que sí.
Ya en automóviles nos dimos a la tarea de buscar alguna tlapalería, que prácticamente desvalijamos, gracias al bondadoso descuento del 50% de quienes la atendían: picos, palas, cascos, guantes, cuerdas y un sinnúmero de aditamentos que jamás sirvieron para labores que ninguno de nosotros había realizado alguna vez en su vida.
Digo nosotros debido a que ninguna compañera mujer se sumó a nuestra brigada, sin duda por los resabios machistas que imperaban en ese entonces. Faltaba bastante para que llegue el actual TIEMPO DE MUJERES…
Sabíamos que en los edificios de las “costureras”, en San Antonio Abad, se habían producido grandes y graves daños, así es que nos dirigimos allá directamente.
Primera parte
El camino fue aterrador, y lo fue aún más llegando a la zona: mucha gente en la calle, corriendo y gritando, automóviles que actuaban como ambulancias con choferes que agitaban pañuelos para que les liberen el paso, construcciones a punto de caer, cuando no lo estaban ya… Claro que las primeras lágrimas surcaron nuestros rostros, y no sabíamos demasiado que hacer…
Enseguida nos pusimos a las órdenes de oficiales del Ejército que desde temprano estaban en el sitio… Nos presentamos -éramos entre 15 y 20 jóvenes trabajadores, investigadores y académicos… Estábamos todos impacientes para entrar en acción… Horacio, Ricardo, Mario, José Luis, Eduardo, Nacho, Emilio…
Finalmente los militares nos dieron instrucciones: teníamos que subir a la “cima” de un edificio totalmente derruido y empezar a “desescombrar” los restos de cemento y bajarlos en cubetas… y si se escuchaba algún ruido, avisar al oficial más cercano… Así fue nuestra primera jornada: absolutamente agotadora…
Los días siguientes fueron igual de cansados que el primero. Pero por lo menos ya subíamos a los edificios en canastillas que fungían de elevadores, y nos acompañaban perros rastreadores… Los colegas no flanqueaban y nuestra brigada se reencontraba a las 4 o 5 de la tarde en la banqueta de entrada del edificio damnificado…
Vimos algunas escenas que a todos nos marcaron para siempre. Una pareja que había fallecido en su cama y seguía abrazada tiernamente, los cuerpos de varias personas que eran trasladados en camillas, vestimentas descuartizadas, perros ladrando desesperadamente buscando a sus dueños…
Pero siempre, al regresar a la banqueta, el ambiente cambiaba: nos recibían aplausos de decenas de personas, que con pañuelos húmedos nos lavaban caras y manos y que además… nos daban de comer… sopas y arroces para empezar, pasta y frijoles para continuar, y todo tipo de guisados… carnes, pollo, chicharrón, pescado… y postres, postres y más postres… gelatinas, pasteles, frutas, chocolates y dulces… Y el imprescindible café… Y claro: no podía faltar la bebida… aguas de sabores, cervezas, vinos, y ¿porqué no?… algunos digestivos de muy buena factura para nuestros paladares…
Segunda parte
Cierto es que después de estas comilonas, ya no queríamos -ni podíamos regresar a trabajar… Con más ganas de una siesta que de otra cosa, intercambiábamos opiniones entre nosotros y con otros socorristas…
En varias ocasiones se acercaba gente y nos decía: “Ustedes, esa brigada de jóvenes, podrían ayudarnos en tal o cual edificio? Estamos buscando a nuestros familiares”… Y claro que íbamos a apoyar… ¡faltaba más!
A alguno de nuestro equipo le pareció poco el apelativo de “brigada” y se le ocurrió bautizar a la nuestra para que se le identificara mejor. Después de muchas deliberaciones -muy tontas- la bautizamos con un nombre rimbombante…
OJOS ROJOS, CORAZÓN CONTENTO Y PANZA LLENA…
Paso a explicarme:
Lo de Ojos Rojos no solamente era por las lágrimas vertidas y por el polvo que siempre nos llegaba a la cara y se nos metía a los ojos… y es que varios de los compas (les aseguro que yo no estaba entre ellos…) decían que para poder soportar esta tarea y esa angustia tenían que “fumarse uno o varios churritos”: lo bueno era que nadie se los prohibía, y tampoco debían ocultarse para esconder ese muy rojizo color ocular…
Lo de Corazón Contento: sabíamos que hacíamos una buena acción en beneficio de la sociedad, aunque ninguno de nosotros se persignaba antes de iniciar el retiro de escombros y la búsqueda de víctimas. Pero la cantidad de sacerdotes y sobre todo monjas que nos esperaban abajo diciendo que éramos buenos cristianos, que nos regalaban rosarios, medallas y bendiciones, y que afirmaban que nuestras acciones nos debían llenar el corazón de alegría a pesar de la tragedia, terminó por convencernos…
Lo de Panza Llena, ya lo explicamos anteriormente… A pesar de todo el ejercicio que hacíamos, sin duda terminamos todos con unos kilitos de más…
Fue así como trabajamos de manera incansable durante al menos 3 semanas…
Tercera parte
Claro que se sumaron muchas más anécdotas (algunas de ellas muy dramáticas, por cierto) en nuestro camino… Sin embargo, el recuerdo de nuestras acciones siempre se manifestó (y lo sigue haciendo cuando nos encontramos, aún después de 40 años), a través del nombre que le pusimos a nuestra brigada… Ojos Rojos, Corazón Contento y Panza Llena…
Lo que no advertimos en ese momento es que el actuar organizado de decenas de miles de personas en esta tragedia, como lo hizo en su momento nuestra brigada, y ante el espasmo y la pasividad de las autoridades de aquel entonces, conllevaría a un gran cambio cívico, cultural, social y político de la sociedad y a una nueva forma de vivir nuestra gran y querida Ciudad de México.